miércoles, 29 de marzo de 2017

primavera a full

Se lanzó una mañana y sin previo aviso. Estalló de golpe como esta primavera que se esparce en el cielo salpicándonos de azules intensos.  Así nos despertó el domingo pasado con una sonrisa en la cara desbordada de sol. Él había podido, esta vez, vestirse solo. Y ni se me ocurra ayudarlo con una media porque se ofende. A sus cuatro años él puede, él es capaz de ponerse los pantalones y de venir a sacudirnos las sábanas a las seis de la mañana. Que un hecho tan “simple” como poder vestirse haga tan feliz a un niño, deja en evidencia la automatización cotidiana a la que nosotros, los adultos, nos hemos acostumbrado. Costumbres, rituales, ritmos necesarios para poder hilvanar el día a día. Un millar de acciones se acumulan a lo largo de 24 horas. Y cada una de ellas tiene un valor intransferible, lo reconozcamos o no, son la nota musical que hace la diferencia de cada día. Cada vez me detengo a mirar los movimientos de un viejo, lo que le cuesta ponerse el abrigo, sacarse el sombrero, estirar los brazos hacia el cielo, no podría decirse que el acto de caminar por la ciudad, sea algo por lo que “no debiera” ponerme contenta. Y la maestra de Fabrizio que me cuenta que él ya se larga en la bicicleta por el patio de  la escuela, pedalea y pedalea mundos que se van abriendo, y la primavera a full barriendo las sombras del invierno, se acerca a nosotros y las terrazas de los bares recuperan sus colores, la gente con menos ropa y una cara más despejada, como si nos animáramos, aún más despiertos, a mirar cada cosa que va apareciendo en el camino; una muñeca de trapo perdida en el parque, una ventana que se abre, una niña que salta a la cuerda, un globo rojo que se pierde entre los árboles, un joven que habla con su teléfono móvil, mientras mira a una muchacha balanceando sus caderas. La primavera y sus aromas intensos, me animan, me invitan, me empujan a salir de la cueva invernal, me empujan a salir de mí. 

lunes, 20 de marzo de 2017

El hipopótamo amarillo



Sábado de lluvia. Desayuno con Fabrizio. Queso, pan, leche, café, pasta de maní y miel sobre la mesa. Una vela encendida, al lado de una pequeña vasija de cerámica, llena de agua. Unas margaritas, que Fabrizio había recogido para su padre el día anterior, todavía flotan en el agua. La lluvia no se detiene, las horas tampoco, el lavarropas gira y gira coma la rueda gigante del Parque Rodó. 

Un libro de poemas de Circe Maia abierto sobre mis rodillas, mientras Fabrizio pinta en silencio y con  buena concentración un hipopótamo amarillo. Sus ojos se zambullen en ese mundo de verdes, azules y amarillos, nadando con entusiasmo y dedicación. Interrumpo la lectura un segundo, miro los globos y la torta que Fabrizio acaba de dibujarle al hipopótamo para su cumpleaños, “hoy cumple cien”, me dijo, abriendo los ojos a más no poder. 

“¿Dónde está papá?, me preguntó luego, “de viaje”, le respondí, “¿y cuándo vuelve?”, “en unos días”.

El hipopótamo amarillo se enfermó y tuvimos que llevarlo al hospital. Un grupo de abejas se reunió a contar cuántos pétalos tiene una flor. Una mariposa voló tan alto que alcanzó a tocar la sonrisa del sol; todavía está escondido entre nubes y lloviznas. Con gotas de poesía y dibujos la lluvia se pasa rápido, y la tarde se impregna de colores, de aventuras de animales, y del sabor de otro café que acabo de preparar. 

miércoles, 8 de marzo de 2017

Poemas de invierno (2)


II.

Narcisos en la ventana, la lluvia contra el vidrio, 
un auto del otro lado de la niebla,
un invierno más. Horas que vuelan como gaviotas 
y se esfuman, como las miradas que vienen
y se van, dejando huellas sutiles en la memoria. 


III. 

Un té de menta, el calor de la taza entre las manos,
una música portuguesa acariciando en voz baja, 
mi hijo entregado al sueño, al costado de la luna,
un libro de Roberto Bolaño sobre la falda,
una manta por debajo y a media luz me entrego
a una intensa lectura. 


IV.

Caminata entre los bosques
de la mano, al costado del invierno, 
vamos esquivando las sombras de los árboles,
detrás del pálido sol, como quién caza una mariposa,
un poco charlando, un poco en silencio,
buscamos tiempos de reencuentros, 
creamos espacios de descanso.


V.

En el bar, sin alcohol,
bajo la luz de una vela,
el sabor del café en los labios,
la intensa mirada de un amigo,
y toda su verdad. 
La escucha distendida 
y la confianza de estar, sin evadirme, 
con los huesos presentes,
los sentidos despiertos, 
recibiendo una historia
que no es la mía, pero que se le parece tanto.
Experiencia de vida de un amigo y sus tropiezos, 
tan parecidos a los míos, y sus aciertos, 
que también reflejan algo de mí.
Escucho en silencio, danzo con el tiempo 
que fluye como el agua de una cascada, 
y en el momento de decir adiós,
y en el instante de volver a casa,
algo en mí, empieza a transformarse. 


VI. 

A pie, en bicicleta o en tren,
a contra lluvia, a contra viento,
atravesando los grises del invierno,
salpicados de toques de sol
seguimos caminando,
y en estos días de puro invierno,
cuando cae la tarde, cuando cesa el trabajo,
no hay nada más acertado, después de tanta
lluvia en el cuerpo, que volver a casa,
y entregarme al abrazo 
de los que me están esperando.