lunes, 29 de agosto de 2016

sábado, 20 de agosto de 2016

Una tarde en Amsterdam


Un barco se desliza sobre el canal.
Gente fuera y dentro del café moviéndose
como si los estuviera soñando.
Un sueño y un despertar del color de las uvas. 
Los primeros vientos de la primavera. 
Y nosotros tres mirando por la ventana del café.
La tibieza de la tarde, los minutos que se escurren y nos unen,
las miradas que nos tocan y se van, las voces que se entremezclan 
como olas de mar, los tranvías que no dejan de pasar, 
la calidez de estar juntos, antes de despedirnos. 

Fugacidad



                        Como si realmente se pudiera
atrapar, retener, una pompa de jabón,
una bicicleta que se fue, un niño 
que al terminar de cruzar la calle
se hizo hombre; el aroma a eucaliptos,
el reflejo de la luna sobre los cristales
de la estación, la nostalgia de una armónica, 
las huellas del café en el fondo del pocillo, 
como si la mano pudiera oler, beber, sostener
cada instante, como si así fuera, mis dedos 
escriben inquietos siguiendo sus propias
sombras, en busca del sentido de esto tan fugaz, 
que se resbala, que se transforma 
sobre el blanco del papel y persiste para quedarse
en algún lugar. 

Gotas



Tan pequeñas
pero tan presentes;
las gotas de rocío
sobre los pétalos de las violetas. 

domingo, 14 de agosto de 2016

nubes

Las nubes siguen allí,
sin resistencias, con todo su aplomo del ser
se instalan en lo alto, dejándose llevar. 
Son nubes que se funden en las copas de los árboles,
y le dan un fondo gris a la paloma 
dando vueltas sobre el techo de una casa.
Son grietas en el cielo por donde se cuela la luz. 
Son ríos que atravesamos un poco a ciegas,
un poco a consciencia. Todo parece apoyarse,
sostenerse, hilvanándose en una constante transformación,
y las palabras se esfuerzan por transmitir,  
por ser lo que no son, por alcanzar lo inalcanzable. 
Pero no se cansan de intentarlo y siguen caminando. 

sábado, 13 de agosto de 2016

Poemas 2015


movimiento


Una pequeña vela me rescata,
los movimientos de sus llamas 
me traen recuerdos de una vida liviana; 
pura vida amarilla en constante movimiento;
como agua en el útero que abraza al niño
flotando en sus sueños o pinceladas
sobre un lienzo que promete ser algo. 



frutas


Hay algo más allá del cielo bajo 
que ahora recorta la silueta de la ciudad. 
Las cosas se aproximan
generando un espacio de intimidad.
Los colores de las frutas
expuestas en el mercado. 
Las manos acarician esas frutas,
las saborean bajo la fina llovizna de abril.
Y los paraguas revolotean 
entre las naranjas, las manzanas,
las lechugas y las peras mojadas. 
Un toque de jazz se acompasa con la lluvia.
¿Qué más se le puede pedir a esta mañana? 



una planta


Sólo un pétalo
tiembla en la pasividad
de una planta; un dedo que se mueve
como si dijera: aquí estamos,
respirando, todavía.






miércoles, 10 de agosto de 2016

sobre el papel


Un exprimido de naranja al lado del café recién servido. El sol se va desplazando en dirección a las uvas dejando a las manzanas en sombras. Un gato gris se pasea por el tejado de los vecinos. Una niña con una solera a lunares y lentes de sol atraviesa la calle en patines. Fabrizio dibuja una casa con muchas ventanas y un sol con ojos y sonrisa.
Chris empieza a construir un tractor de Lego de más de 2000 piezas, y yo acabo de leer unos poemas de Alejandra Pizarnik. El ruido del lavarropas y una montaña de toallas dobladas al lado mío me recuerdan que la mañana se ha puesto en marcha, que aún está todo por hacerse, por escribirse. Los minutos se van tejiendo con sutileza soldándose unos con otros hasta llegar al borde de las horas y traspasarlas, como puentes que se van dejando atrás en el camino de una ancha carretera. La esencia de las cosas se reanima al escribirlas. Y al verlas sobre el papel, me reaniman a mí. Como si las acciones al ser escritas se afianzaran más en sus movimientos creando un fluido vital inagotable.
En cada palabra, echo raíz. 

domingo, 7 de agosto de 2016

De la noche y sus misterios


I.
Es la noche la que se hace poesía en mis dedos.

II.
Son los fantasmas amordazados los que me permiten respirar. 


III. 
La noche hilvana silencios que abrazan a la luna en medio de la incertidumbre. 

IV.
Escribo y confieso mis tropiezos. Ya no tengo pudor de desnudar mis flaquezas. A veces caigo en el vacío de los días cuando me aparto de lo bello, cuando me pierdo en quejas o banalidades, cuando me olvido de agradecer y me hundo en el cansancio cotidiano o en el dolor pasajero de la espalda. 
La poesía sopla en mis pulmones y me rescata. Me inspira a agradecer otra vez los días con sus noches, el aire impregnado de jazmines, los grillos en medio de la oscuridad, el camino que se abre con la mirada de mi hijo. 

V.
Hay una voz que empieza a nacer y me nutre de una nueva identidad. La que resuena en la mirada de quien me escucha, la que recibe las voces de los otros sin diluirse, sin camuflarse, sin dejarse llevar por emociones ajenas. Una voz que se afianza sin tapujos ni ornamentos, ni deseos de complacer a nadie, una voz liberándose del viejo yo, enjaulado por el miedo.

VI.
No es que haya desaparecido. No es que haya emigrado de mí. El miedo es una raíz que a veces se manifiesta con sutileza y persiste en seguir ganando terreno. Es esa presencia dueña de la oscuridad que insiste en devorarse cada gota de luz que se abre en el camino. Pero ya no le entrego mi confianza, ni poderes ilusorios sobre mí. Atravieso la noche descalza, de la mano de los ángeles, entregándome a un nuevo amanecer con una Orquídea blanca en el pelo.  

VII. 
Son las estrellas de la noche las que escuchan lo que queda a medio camino entre lo que digo y lo que soy, entre lo que siento y lo que pienso, entre lo que escucho y dejo ver de mí.  


VIII.
Cuando cae la noche repaso los hechos del día: ¿En qué lugar me tropecé esta vez con mi obstinación? ¿Detrás de quién me perdí por un instante? ¿En qué momento regresé de los bosques más oscuros?¿Cuándo me tocó el ángel de la inspiración con sus flores amarillas? ¿Qué resonancias rescato de los otros? ¿Quién me devolvió con su mirada lo mejor de mí? ¿Qué sabor aún conserva la memoria? ¿Qué color persiste en la retina del ojo? ¿Y la piel? ¿Qué huellas siente todavía? 


IX.
Limpiando cenizas de lo que fui, empiezo a descubrir quién soy. Aprendo a caminar de nuevo sobre huesos que van tomando otras formas. Y nace una mirada que se detiene en las hojas que aún vibran en el árbol. En lugar de padecer por las que se cayeron a sus pies. 

X.
Me derrumbé tantas veces del orgullo propio. Renací de mis despojos en tantos intentos fallidos, y ahora, aprendiendo a ser quién soy en donde me toca estar, intento bailar con el viento sin pretender otra realidad. Aunque a veces, todavía, insisto en que se haga mi empecinada voluntad. Pero ningún poder tiene mi voluntad frente a la fuerza de las leyes cósmicas. Frente a ellas, no tengo nada qué decir. En los breves instantes en que lo asumo, el miedo se desvanece, una manta de agua tibia me sostiene en la oscuridad, me entrego a la noche y descanso. Amanezco y descubro una fortaleza nueva que se va haciendo carne y piel; fuerza modesta y sorprendente; es la única que se atreve a desnudar mi humanidad. 

XI. Un gesto, una mirada, un tono en la voz que pueda cambiar, suavizar, mejorar, una actitud ante lo que sucede, como un nuevo calzado que se amolda mejor al pie. La lupa sobre los crisantemos rojos del zócalo de la ventana en lugar de divagar por el caos de la cocina. Una mirada sobre las cosas que se van haciendo al ritmo que marca la vida, sin detenerme a pensar en lo que aún no he podido hacer. 

XII. El mundo de mi hijo, a base de bloques de madera y ladrillos de Lego, se va construyendo a una velocidad vertiginosa. Es el descubrir de un niño que no le teme al crecimiento, ni carga con las sombras de la muerte. Es la libertad de ser plenamente en donde se está. 

XIII. Festividad de la cosecha. Los barcos llenos de flores atravesaron el gran canal que está cerca de casa. Esta fue la ofrenda de hoy. Antes de que cayera la dulce noche. Noche de viento y nubes alborotadas que no saben muy bien hacia dónde van ni hacia dónde vamos. 








árboles


Como si se hubieran puesto de acuerdo; los árboles en fila, con la misma distancia entre unos y otros, instalan un silencio de cielo verdoso. Árboles que hablan sin palabras. Árboles que reflejan los sueños que aún nos quedan por soñar, los deseos a medio camino, los días desteñidos por la lluvia, los amaneceres desbordados de incertidumbre, de esperanza contenida, de abrazos a punto de estallar. Al fondo, otros se diluyen en la niebla. Y en el primer plano de la foto se asoma un triciclo, resonancia de la infancia, tan vívida como los árboles. Apenas se vislumbra el contorno de una mujer allá a lo lejos, pequeña como una almendra se ampara bajo las hojas. Las fronteras se diluyen entre arte y realidad, entre la música de un instrumento que podría estar oculto y el silencio. No soy la misma después de haberme entregado a esta caminata. No hay retorno en este día. Ni pretendo que lo haya. Quiero avanzar por el sendero de los árboles y escucharlos. Estoy dispuesta a entregarme a una nueva dimensión. La que mis ojos sean capaces de discernir. 

                                                                                             (Inspirado en una foto de Fernanda Montoro)