martes, 26 de abril de 2011

diario VI

Me desperté temprano a la mañana. Chris ya se había ido a trabajar pero algo me decía que no estaba sola; me levanté y fui a desayunar. El resplandor del sol acariciaba el respaldo de una silla que me invitaba a sentarme. Sobre la mesa había una nota suya, llena de corazones azules.

jueves, 21 de abril de 2011

diario V

Salí a caminar. El cuerpo se desentumece en cuanto entro en movimiento; las articulaciones se aceitan, los músculos respiran, la piel disfruta de las caricias de la brisa, la cabeza se distiende. El tiempo se eterniza, se desplaza como agua silenciosa y me transforma sutilmente; no hay nada que lo quiebre, ningún pensamiento me roba energía devolviéndome hacia el pasado ni intenta llevarme hacia el futuro. Caminar es para mí como ir a la iglesia para un cristiano. Algo que me rescata de mis obsesiones, me libera y me trasciende. Hoy de mañana me perdí entre los bosques y los lagos hasta que encontré un lugar para meditar. Al cerrar los ojos, me envolvió un concierto de pájaros impresionante. Sus voces sonaban con una fuerza admirable. Al cabo de un par de horas, antes de ponerme a trabajar, almorcé en un café al aire libre. Muchas madres tomaban sol mientras sus hijos jugaban en un gran arenero. Una niña tenía la cara pintada de ratón y correteaba por debajo de las mesas. Le sonreí y ella corrió hasta mí con las manos cerradas. Traía un puñado de arena y me lo mostró como su gran tesoro.

jueves, 14 de abril de 2011

diario IV

Ayer de noche, cuando llegué a casa, revisé el correo electrónico y tenía varios mensajes. El primero que leí fue el de mi amiga Loli. Se trataba de una información sobre viejos y nuevos paradigmas de nuestra cultura occidental en relación a la muerte. Después de leer, me invadió la tranquilidad de un día de verano haciendo la plancha en el mar, y dejé los demás mensajes para otro momento. Apagué la computadora y me hice un té con miel. "Esto es lo que necesitaba para profundizar en algunos puntos de mi nueva novela que está ahí, a punto de parirse", me dijo con suavidad una voz interna, mientras me sentaba en el sofá. "Es lo que me hacía falta para desprenderme de mis viejos hábitos, como la evasión, el control, el miedo paranoico, por recordar sólo algunos. Ellos me ayudaron en su momento a sobrevivir experiencias duras y se los agradezco. Ahora me siento preparada para descubrir nuevas formas de proceder en el día a día. Estoy pronta para recibir una nueva vida y el amor incondicional de “un nuevo” Dios", me susurraba al oído esa voz interior tan frágil y fuerte a la vez, mientras tomaba el té mirando por la ventana los faroles que iluminaban el parque como faros en el mar. Ahí tomé conciencia de que siempre le había tenido miedo a la muerte porque aún le tenía miedo a la vida, y en ese instante accedí a otro nivel de comprensión de las cosas. No sentí más miedo. De repente, oí un ruido en casa y por primera vez en mis 39 años no me sobresalté. Es sólo un ruido y nada más, sentí con claridad. "Y si... y si llegaran a ser ladrones"... -me dijo la vieja voz del pasado. Pero mi nueva voz le respondió: "Lo veremos en su momento; ahora, no hay nada que temer". Terminé el té y me fui a dormir.

Chris se despertó de madrugada, tenía que viajar a Austria por trabajo. “Adiós, amor” -me dijo, y su voz me llegó como una caricia tibia en la mejilla. Con los ojos entreabiertos le sonreí, aún medio dormida, y dije: “Adiós... te quiero”. Me dormí otra vez una hora más.
Cuando desperté, ya había amanecido. Desayuné con una nueva sensación; la de estar aquí y la de no querer fugarme hacia ningún otro tiempo ni lugar. Me sentí tan a gusto que quise aferrarme, una vez más, a ese nuevo estado de plenitud. Pero lo dejé fluir aceptando que no sé lo que sucederá, un segundo después.

lunes, 11 de abril de 2011

diario III

La cocina, llena de frutas. El sol las acaricia. Naranjas, manzanas, y bananas, desbordan una vasija de madera. En el zócalo de la ventana los tulipanes abren sus pétalos hacia la luz. De noche, siempre se cierran para dormir. Cómo me gustaría capturar ese movimiento sutil de las corolas cerrándose cuando oscurece.
Afuera, los patos y los cisnes toman sol al borde de los canales, y los gatos, sobre el tejado de las casas. Los cerezos japoneses de la calle Choorstraat florecieron otra vez. Desde lejos, sus ramas parecen tupidas de copos de algodón. Las terrazas se llenan de coloridas ropas.
La gente sonríe en la calle y mira a los ojos cuando habla con más tiempo que en invierno. Llegó la primavera. Y a pesar de lo terrible que aún pasa en el mundo, estamos vivos, y podemos hacer algo.

domingo, 3 de abril de 2011

diario II

Hoy amaneció gris pero ayer fue un día de verano espectacular. No hacía nada de frío. La gente disfrutaba sentada afuera en los cafés o paseando por los canales. El cielo azul parecía que se iba a rajar de lo tirante que se veía. Los tulipanes rojos sobre la mesa de casa, ahora me lo recuerdan. Cierro los ojos y me transporto a la calidez de la noche de ayer. El teatro de Delft, lleno de gente. La música burbujeaba en mi cuerpo como la espuma del champán. El escenario, un lugar donde yo me permitía Ser, sacudiendo el esqueleto con los músculos en su justa tensión. El cuerpo se “me movía solo”, se desplazaba por el espacio como si se transportara sobre una pluma hacia un lugar desconocido y maravilloso. El público se sentía tan presente como el aire que se respiraba. “Cuánto sentimiento”..., me dijo una mujer, con los ojos llenos de lágrimas, a la salida del teatro; “gracias por transmitirme esa calidez latinoamericana; aquí, también la necesitamos. Gracias por conectarme con mis emociones”...
“¡Goed gedaan!” (¡Bien hecho!) me dijo luego un niño.
Le sonreí feliz y él me devolvió la sonrisa con una guiñada.
Les juro que no sé cómo lo hice. Más allá de mi formación académica en danza contemporánea, más allá de mi humilde experiencia con las tablas, les confieso que nunca me sentí “una gran bailarina”. Siempre cargué con mi ojo perfeccionista al hombro, y mi obsesión por la técnica, y por hacerlo todo genial hasta llegar al convencimiento de que el perfeccionismo es realmente una enfermedad que merece ser atendida. Cada vez que me atiendo con cariño, me libero de esa presión agobiante que a veces hasta me quita el aire o el sueño; entonces, es ahí cuando se produce la magia y esta debilidad o enfermedad se transforma en mi mayor fortaleza y se transmuta en calidad. Hay algo de lo que ya no dudo. Una misteriosa energía me trasciende cuando bailo o cuando escribo. No soy “del todo yo” y por eso puedo liberarme de mi propia cárcel, de mis miedos, de mis prejuicios, y del “qué van a decir ahora de mí”... y todas esas estupideces humanas. Sobre el papel y en el escenario puedo desnudar mis cicatrices sin pudor, y al mismo tiempo sonreír y agradecer el bendito aire que respiro. Me muestro vulnerable sin esperar nada a cambio. Y no sé como se produce la conexión con el alma de la gente (porque es algo que por suerte no puedo controlar) pero la cosa es que el público se conmueve y aplaude como loco. Es algo mágico, naturalmente no me pasa en todas partes ni a cada momento, pero sé que eso hipnótico que se genera cada vez que escribo o bailo, me hace vibrar, emociona a otras personas, me recuerda que estamos vivos y que nos podemos comunicar más allá de las barreras que muchas veces se interponen con nuestros egos.

El sol acaba de asomarse a través de la niebla. Por la ventana se cuela una luz blanca que me recuerda al tazón de leche con miel que siempre me servía mi abuela.